Durante mi reciente viaje a la ciudad de Reggio Emilia, Italia, el pasado mes de febrero, tuve el privilegio de visitar la primera escuela fundada bajo la filosofía reggiana, surgida al término de la Segunda Guerra Mundial por los ciudadanos de la localidad, con el apoyo del pedagogo Loris Malaguzzi. La experiencia de estar allí me llenó de emoción al percibir la energía que impregnaba el ambiente, un lugar concebido con amor y esperanza.
La historia relata cómo Loris Malaguzzi, movido por los rumores que llegaron a sus oídos sobre ciudadanos construyendo una escuela con sus propias manos, se aventuró en su bicicleta hasta el lugar. Lo que encontró fue una escena sorprendente: montículos de arena, pilas de ladrillos, una barricada, e incluso un tanque de guerra abandonado por el ejército nazi. Con asombro, observó a personas comunes, mujeres y obreros, sin recursos económicos, uniendo esfuerzos ladrillo por ladrillo para construir el edificio que daría lugar a esta escuela, todo con la esperanza de crear un nuevo futuro para la infancia. En aquel momento, iniciaba la historia de una pedagogía que habría de revolucionar la educación.
Estas palabras de Malaguzzi tienen un gran significado: “La misma existencia y el buen funcionamiento de la escuela reggiana en la actualidad, es la respuesta de ese comienzo tan esperanzador… Es su valor histórico el que nos confirma que las grandes experiencias educativas pueden emerger de las circunstancias menos esperadas.” (Malaguzzi)
La huella que ha dejado el fundador de las escuelas de Reggio Emilia, es la inspiración de nuestra escuela Vía Reggio. Observamos a los maestros y maestras reggianos, inmersos en la maravilla del aprendizaje, del asombro, de la creatividad acompañando a nuestros niños, niñas y adolescentes, con la misma pasión como aquel gran maestro que fue Loris Malaguzzi.